El Pozo de los Deseos
En las afueras de Moonville, oculto entre los árboles retorcidos y la niebla persistente, yacía un pozo antiguo. Contaba la leyenda que no era un pozo cualquiera. Se decía que concedía cualquier deseo, pero a un precio tan alto que pocos se atrevían a acercarse.
Tom Wilkins, un hombre desesperado y al borde del abismo, había oído esos rumores toda su vida. Su hija, Lucy, estaba gravemente enferma. Los médicos habían agotado todas las opciones. Tom no podía soportar la idea de perderla. Una noche, en medio de la desesperación, decidió que ya no tenía nada que perder.
Con una linterna en la mano y el corazón palpitando como un tambor de guerra, Tom se adentró en el bosque. Los árboles, como guardianes silenciosos, parecían susurrar advertencias que él ignoró. Al llegar al pozo, se inclinó sobre el borde y gritó con voz temblorosa: «¡Cura a mi hija!»
El silencio se hizo palpable. Nada se movía, ni siquiera el viento. Tom esperó, con el alma en vilo. De repente, una voz profunda y resonante emergió desde las profundidades del pozo, un susurro que parecía provenir de otro mundo. “Tu deseo será concedido, pero habrá un precio.”
Tom, cegado por el amor y el miedo, aceptó sin dudarlo. En su mente, cualquier sacrificio era pequeño en comparación con la vida de Lucy.
A la mañana siguiente, Lucy se despertó, sana como nunca antes. La fiebre había desaparecido. Los médicos no podían explicarlo. Tom sintió una alegría inmensa, pero en el fondo de su ser, una sombra crecía, una duda que no podía ignorar.
Los días pasaron, y Tom comenzó a notar cosas extrañas. Su esposa, Mary, que había estado de viaje, no había regresado. Intentó llamarla, pero no hubo respuesta. La angustia creció. Una tarde, mientras revisaba papeles viejos en el ático, encontró una carta. Estaba escrita con una letra que no reconoció, y decía: «El precio ha sido pagado.»
Tom cayó de rodillas, con la carta temblando en su mano. Comprendió, entonces, lo que había hecho. El pozo le había devuelto a su hija, pero se había llevado a su esposa. La culpa lo consumió.
No pudo soportarlo. Tom volvió al pozo, con el rostro demacrado y las manos temblorosas. «¡Devuélveme a Mary!», gritó, con la voz quebrada.
La misma voz resonó desde el abismo. «Otro precio se debe pagar.»
Sin opciones, Tom aceptó. Regresó a casa, esperando ver a Mary entrar por la puerta en cualquier momento. Pero no fue ella quien apareció. Lucy, la pequeña Lucy, con la misma sonrisa inocente que había recobrado, cayó muerta en sus brazos, sin razón aparente.
Inmediatamente sonó el teléfono, llamaban desde el hospital para comunicar que Mary había sufrido un accidente. Sobreviviría, pero con terribles secuelas para toda su vida, no volvería a ver ni a caminar.
Tom gritó de dolor, y el sonido desgarrador rompió el silencio de la noche. Todo había terminado. Había perdido a su familia pues estaba rota por completo.
Finalmente, comprendió el verdadero horror del pozo. No era solo un lugar de deseos. Era un pozo de desesperación, de muerte, que se alimentaba de los corazones rotos de quienes se atrevían a usarlo. Aquella noche, Tom fue visto por última vez, caminando hacia el pozo, desapareciendo en la oscuridad. Algunos dicen que aún se puede escuchar su lamento en las noches de luna llena, pidiendo un último deseo que nunca será concedido.