La Aldea de Ravenswood
En un rincón olvidado de Maine, rodeada de densos bosques que susurraban secretos oscuros con cada ráfaga de viento, se encontraba la pequeña aldea de Ravenswood. Los habitantes, apenas un centenar de almas, vivían con una sensación constante de temor, una sombra que parecía impregnar cada rincón de sus vidas. Desde hacía décadas, una presencia maligna había acechado desde las profundidades del bosque, y todos en Ravenswood conocían las reglas para sobrevivir.
Nunca salgas después del anochecer. Nunca te acerques al bosque. Y sobre todo, nunca, jamás, respondas a los susurros que emergen desde entre los árboles.
Nadie sabía a ciencia cierta qué era esa cosa que moraba en el bosque, pero todos habían oído historias. Se decía que, en noches sin luna, se podía escuchar el lamento de los desaparecidos, ecos de almas atrapadas en una dimensión entre la vida y la muerte. Eran esas noches cuando la oscuridad parecía volverse tangible, como un manto pesado que se cernía sobre la aldea.
El reverendo Martin, un hombre en la recta final de su vida, recordaba vívidamente la primera vez que escuchó los susurros. Era apenas un niño, y su madre le había advertido que nunca se alejara de la casa. Pero la curiosidad infantil lo llevó a desafiar esa advertencia. Lo que vio esa noche lo había atormentado desde entonces: una figura esquelética, de ojos vacíos y sonrisa macabra, deslizándose entre los árboles como una sombra líquida.
Con los años, Martin se había convertido en el guardián de las historias de la aldea, advirtiendo a cada nueva generación sobre el peligro que acechaba en el bosque. Sin embargo, siempre había quienes se rebelaban contra la tradición, desestimando las advertencias como supersticiones anticuadas.
Uno de esos rebeldes era Tommy Hargrove, un joven de diecisiete años con más valentía que sentido común. Una noche, después de una pelea con su padre, Tommy decidió demostrar que no había nada que temer. Con una linterna en mano y el corazón latiendo con fuerza, se internó en el bosque, decidido a desentrañar el misterio que había atormentado a Ravenswood durante generaciones.
Horas más tarde, cuando la luna se escondía detrás de nubes pesadas, los gritos de Tommy resonaron a través de la aldea, helando la sangre de quienes los escucharon. Un grupo de hombres, liderados por el reverendo Martin, se adentraron en el bosque en su búsqueda. Lo que encontraron fue una visión que nunca olvidarían: la linterna de Tommy, aún encendida, colgaba de una rama baja, y a sus pies, un círculo de tierra ennegrecida. No había rastro del joven, solo el eco de sus gritos atrapado en el viento.
Esa noche, la aldea se reunió en la iglesia, buscando consuelo y respuestas. Martin, con el rostro marcado por el dolor, se dirigió a ellos con una voz temblorosa. «El mal que habita en el bosque ha reclamado otra víctima. Debemos recordar nuestras raíces, nuestras historias. Solo así podremos mantener a salvo a nuestros seres queridos.»
Los días pasaron y la aldea volvió a su rutina, pero una nueva capa de miedo se había asentado sobre Ravenswood. Cada noche, los susurros del bosque parecían más fuertes, más insistentes. Y en el aire, flotaba la sensación de que el mal estaba creciendo, alimentado por la desesperación y el terror de los aldeanos.
Una noche sin luna, años después de la desaparición de Tommy, el reverendo Martin sintió una presencia en su habitación. Al abrir los ojos, vio una figura conocida: el joven, ahora un espectro pálido y desfigurado, lo miraba con ojos vacíos. «Ayúdame,» susurró Tommy, su voz resonando como un eco distante.
Martin, con el corazón latiendo furiosamente, comprendió que la única manera de liberar a Tommy y a los demás atrapados era enfrentarse al mal en el corazón del bosque. Reuniendo a un grupo de voluntarios, armados con antorchas y rezos, se adentraron en la oscuridad, determinados a confrontar la fuente del terror que había acechado a Ravenswood durante generaciones.
Lo que encontraron en el corazón del bosque fue una abominación más allá de toda comprensión. Una criatura formada de sombras y odio, una amalgama de los espíritus atrapados de aquellos que había reclamado a lo largo de los años. La batalla que siguió fue feroz y desesperada, un enfrentamiento entre la luz y la oscuridad.
Al final, el reverendo Martin, con una última oración en sus labios, logró desterrar al mal, pero no sin costo. Cuando la criatura se disolvió en la nada, llevándose consigo los espíritus atrapados, Martin cayó al suelo, mientras su vida se escapaba lentamente.
Ravenswood quedó en silencio esa noche, con la paz finalmente restaurada. Sin embargo, los aldeanos sabían que el mal nunca desaparece por completo, solo se repliega, esperando el momento oportuno para volver a surgir.
Desde entonces, la historia de Martin y la criatura del bosque se convirtió en leyenda, una advertencia eterna para las generaciones futuras. Y aunque el bosque parecía más tranquilo, los susurros ocasionales recordaban a todos que la oscuridad nunca está completamente desterrada.
Me ha gustado mucho el cuento, me recuerda al estilo de las historias de Stephen King.