La Venganza del Tablero
Era una noche de invierno. La nieve cubría el pueblo como un manto blanco, y la casa en la colina estaba oscura excepto por un resplandor en la ventana. Dentro, un grupo de adolescentes que estaban pasando allí la noche de Halloween reía. Habían encontrado una vieja ouija en el desván. Sus dedos ya sentían el frío de la madera al abrir la caja.
—¿Quién empieza? —preguntó Lidia, la anfitriona, con una sonrisa nerviosa.
—¡No seas cobarde! Esto no es más que un juego —rio Raúl, empujando la tablilla hacia el centro de la mesa.
La primera pregunta fue una broma. Luego otra más. Pronto, las risas inundaron la habitación.
—¿Hay alguien aquí? —preguntó Martín, con un tono burlón, mientras movía la tablilla fingiendo ser un fantasma.
De repente, la ventana se abrió de golpe. Un viento helado apagó las velas. El tablero vibró.
—¡Dejen de hacer tonterías! —dijo Carmen, tratando de encender una linterna. Sus manos temblaban.
El puntero comenzó a moverse solo. N-O-S-V-E-R-E-M-O-S-P-R-O-N-T-O.
—¿Quién lo hizo? —gritó Lidia, mirando a todos con ojos desorbitados.
Nadie respondió. Una sombra parecía moverse en las esquinas y una risa macabra retumbó en toda la casa.
La fiesta terminó de inmediato. Cada uno regresó a casa, nervioso pero convencido de que todo había sido una broma de alguno de ellos. Sin embargo, no estaban solos. Algo había salido del tablero, algo que no perdona.
Esa misma noche, Martín escuchó un susurro mientras se cepillaba los dientes. Al girarse, no vio nada. Pero su reflejo en el espejo se quedó mirándolo, sonriendo de forma macabra. Fue la última vez que alguien lo vio.
Raúl fue el siguiente. Se despertó al oír golpes en su ventana. Era imposible. Vivía en un cuarto piso. Se asomó y vio una figura pálida flotando. Gritó, pero nadie acudió. A la mañana siguiente, su cama estaba vacía. Solo quedaron marcas negras en el suelo.
Lidia comenzó a escuchar risas en su casa, aunque estaba sola. Intentó ignorarlas, pero las voces no paraban. Una noche, sintió una mano helada en su hombro. Cuando se giró, su propia cara le devolvía la mirada desde las sombras. Sus padres encontraron la ouija en su cama, pero a ella nunca más.
Carmen intentó huir. Quemó el tablero y rezó. No sirvió de nada. Una noche, las luces de su habitación parpadearon. En la oscuridad, vio figuras rodeándola. Cada vez más cerca, susurraban: “No debiste burlarte, te lo advertimos.”
La casa quedó vacía. La policía nunca encontró rastros. Solo un tablero chamuscado con la palabra «Venganza» grabada. Desde entonces, nadie sube a la colina. La nieve sigue cayendo, y las risas de aquella noche aún se oyen cuando el viento sopla fuerte.
Autor
Buena historia.